miércoles, 29 de enero de 2014

Call Off The Search



Hace tres años que empecé una búsqueda. ¿O fue hace cuatro? No sé, no lo recuerdo ya...
Pero por aquellas misteriosas razones que empujan a un hombre a hacer tonterías, justo cuando está próximo a cumplir los cuarenta, en vez de mirar hacia adelante, en aquel momento eché una mirada hacia atrás. Pero muy hacia atrás...
En uno de esos caminos inexplorados que un día decidiste abandonar, allí quedó varado un amigo de la infancia. En realidad, el mejor y casi diría único amigo de verdad de mi época de colegio. Entonces tenía once años. Pero la historia comenzó mucho antes.

Artal era mi amigo. Nos conocimos cuando empezamos el colegio, con cinco años y de entrada congeniamos enseguida. Teníamos una cierta complicidad que mucha gente podría decir que se debía al horóscopo. Habíamos nacido con un día de diferencia. Eso sí, por 24 horas, yo era mayor que él. Aunque nunca he creído en la influencia de los astros en las personas, la verdad es que aquellos dos acuarios se llevaban muy bien.

A veces no hace falta tener que esperar a que un niño crezca, para observar quién tiene esa capacidad de liderazgo, que en muchas ocasiones aparece. Y él la tenía.
Era un niño muy inteligente, sincero, excelente estudiante, pero por encima de todo, era capaz de arrastrarnos a todos en la dirección que él nos marcaba. Y no dudábamos en seguir esa senda, porque sin duda era la buena.
Ahora soy capaz de reconocer esa capacidad de liderazgo en algún niño, compañero de mis hijos y no puedo evitar acordarme del Jefe que había en nuestra clase.
Siempre tenía cosas interesantes que contarnos: de sus viajes a la Península en verano, de su Zaragoza natal, también tierra de sus padres y de un río enorme que pasaba por allí, que se llamaba el Ebro y que por eso, por lo que me había contado de él, se convirtió de inmediato en mi río favorito.
Esa admiración que le tenía, se vio aumentada un día en que no recuerdo por qué motivo, me dijo, casi de pasada: "... Porque Carrillo, tú eres mi mejor amigo..." y siguió hablando, pero ya no sé qué siguió diciendo, pero aquellas palabras me llenaron de orgullo al sentirme importante para una persona tan importante.
Aunque debo reconocer que aquella confesión me hizo dejar de verlo como un líder y más como un amigo de igual a igual, nuestra amistad mutua se reforzó y fue creciendo con el tiempo.
En cambio, para los demás, él continuaba siendo el Jefe del patio, el organizador de los recreos. En nuestras batallas de patio de colegio contra los ejércitos de las sucesivas clases de B, C y D, era siempre el comandante de aquellas huestes invencibles y valientes, ya fuesen los combates de espadachines, del séptimo de caballería o de cualquier batallón ambientado en la Segunda Guerra Mundial.
A mí me asignaba casi siempre hacer el papel de médico, que iba curando los soldados, con sólo tocar el hombro a los caídos en el campo de batalla. Los heridos, tras mis mágicos cuidados, se iban incorporando milagrosamente y de forma instantánea, se volvían a unir a la lucha. Por eso era importante que lo fuese haciendo a gran velocidad, para así lograr la superioridad numérica. Ya me lo decía él: "Tu papel en este ejército es el más importante. Por eso tienes que tener cuidado de que no te maten. Por si acaso, yo te cubro..."

Fueron pasando los cursos y un buen día, cuando teníamos que reencontrarnos todos en el comienzo de 5º, mi amigo Artal no apareció.
Nos enteramos que su padre había vuelto a Zaragoza y se había llevado a toda la familia.
Recibí una llamada suya el día de mi cumpleaños, cuatro meses más tarde desde Zaragoza. Creo que fue por Semana Santa que fue a Tenerife, probablemente a recoger cosas, me llamó y fuimos al cine.
Aquella fue la última vez que nos vimos.
Tal vez porque eres muy niño y tienes muchas otras cosas en la cabeza, aquella amistad, a mis once años, se quedó varada en la cuneta del tiempo.
No tuve más amigos en aquel colegio y su marcha me dejó un vacío, pero poco a poco me fui acostumbrando a no verlo más. Y a mi amigo Artal lo olvidé por completo.
A pesar de este olvido, debo decir que cuando siempre llega mi cumpleaños, aún hoy, recuerdo que al día siguiente sería el suyo. Pero salvo esta excepción nunca me había vuelto a preocupar qué habría sido de él.
Nunca, hasta que hace cuatro años fui al cine.

La verdad es que no he sido gran seguidor del cine español, pero de vez en cuando hay que ceder y aquél día claudiqué y me dejé convencer por Lou para ir a ver Mataharis. Era una historia de unas mujeres que trabajaban en una agencia de detectives y cada una de ellas investigaba una historia distinta. Una era infiltrada en una multinacional para ver si un directivo era honesto y engañaba a la empresa, otra se encargaba de averiguar si un marido engañaba a su mujer y otra de ellas tenía el sencillo encargo por parte de un anciano de encontrar a un viejo amor de su juventud.
Esta última historia me hizo recordar de nuevo a mi amigo.
Cuando salimos del cine, le dije a Lou: 
- ¿Alguna vez te he hablado de mi amigo Artal?
Ella me dijo que no, porque toda mi historia había quedado olvidada en mi cabeza. Y se lo conté todo.
Desde aquel día me propuse intentar dar con él. No quería obtener nada, tan sólo necesitaba saber que le vida le había sonreído y que aquel niño que parecía tan brillante había logrado grandes éxitos, que estaba bien y que era feliz.
Así comencé mi búsqueda por la red. Pensé que sería fácil, pero no fue así.
Empecé por donde lo hace todo el mundo: Google.
Pero no había absolutamente nada.
Seguí con el linkedin. El mismo resultado.
Probé con el facebook, pero encontré una persona con su nombre, sin foto y sin datos compartidos. Por si acaso, le pedí ser amigo, pero no llegó a contestar mi solicitud nunca. Probablemente no sabría ni quién era y simplemente me ignoró.
Cansado de buscar y no encontrar nada, dejé esta investigación apartada unos meses, aunque de cuando en cuando la retomaba, pero con los mismos resultados.
Y entonces fue cuando me empecé a preocupar. A lo mejor, a lo largo de todos estos años de ausencia, le había sucedido algo trágico y ya no estaba entre nosotros...

Un día, hurgando por el google, di con una página vieja de la federación aragonesa de fútbol, donde hablaban de una persona con sus mismos apellidos, pero con un nombre diferente. Entonces recordé que él tenía un hermano mayor.
A partir de ese nombre, fui tirando del hilo y encontré un correo de quien suponía que era su hermano. No vacilé ni un momento y me atreví a escribirle.
Me presenté, aún dudando que pudiese ser su hermano y le pedí disculpas por molestarlo.
Al cabo de unas semanas, me respondió. Efectivamente era su hermano. Me recordaba. Le sonaba un tal Carrillo que era amigo de su hermano, de la época del colegio, de aquellos años en que vivían en Tenerife, aunque como era obvio, no se acordaba físicamente de cómo era yo. Me prometió que le hablaría a su hermano de mi búsqueda y me dio su correo electrónico. Pero aquí quedó todo.  No volví a saber nada de él ni de mi amigo, su hermano.

En todo este tiempo me imagino que recibió mi correo. Sin respuesta, le volví a enviar otro, cuando cumplió 40 años, aquel 24 de enero. Tampoco respondió. Pensé que probablemente se preguntara qué era lo que quería después de tanto tiempo... Y esta intriga genera, como es natural, desconfianza.

Pasaron los meses y seguí sin recibir ninguna respuesta. ¿Le habría pasado algo?
Hace poco abrí de nuevo el facebook, como muchas otras veces, le busqué y en esa cuenta inactiva que tiene, que nunca me aceptó como amigo, apareció una foto reciente.
Me quedé hipnotizado mirándola, viendo cómo el tiempo había distorsionado mi recuerdo, como el viento siroco cuando llega a la ciudad. Y recordé aquella famosa cita de Nietzsche: "Cuando miras al abismo, el abismo también te mira a ti..." y me pregunté qué habría pensado él, si es que llegó a ver mi actual rostro.
Sonaba de fondo la música de RadioMel, que no es otra más que mi enorme lista de temas musicales que revientan mi disco duro por todas partes... 
Oí a una cantante llamada Katie Melua, que en un concierto realizado en una escuela de música, fue descubierta por un productor que buscaba una voz joven capaz de cantar blues y jazz y a la que tras escucharla, le hizo inmediatamente un contrato. De su primer album, surgió este "Call Off The Search", que viene a ser algo así como: Doy por terminada la búsqueda...
Y entonces lo comprendí. Esa canción, esa coincidencia, me hizo ver la luz. En esta vida, la perseverancia, la persistencia, la tenacidad, son esenciales para alcanzar nuestras metas anheladas, pero más importante que todo ello, es saber cuándo hay que decir basta. Cuándo no merece la pena continuar el camino y saber apearse, decidiendo no malgastar más esfuerzos por una causa imposible.  Iniciar el camino es duro, abandonarlo sin llegar al final, muchas veces es doloroso.

No he llegado a donde me había propuesto, pero no me marcho con los bolsillos vacíos. Desde que comencé en esta búsqueda, algo he encontrado: Ahora ya sé que está vivo y que está bien. Mi antiguo amigo Artal sabe que le he buscado y sabe cómo dar conmigo. No tengo que insitir más. Aquí estoy, por si quiere que un día nos volvamos a encontrar, nos contemos qué es lo que nos ha pasado a cada uno en nuestras vidas todos estos años y tal vez intentemos recuperar el tiempo perdido.


3 comentarios:

Irene Murillo dijo...

Yo tenia una "Artal".... Con 10 años nos separaro el trabajo de su padre... Todos los años siguientes rogábamos a nuestros padres que nos llevasen juntas... Nos reencontramos en facebook, nos vimos hace 3 años cenando... E INCREIBLEMENTE NOS REIMOS COMO SI NO HUBIESEN PASADO ESOS 25 años.... "Que fluyaaa...."

Carlos Carrillo Rodríguez dijo...

Comparto esta historia porque yo tuve mi "Artal", he intentado buscarlo infructuosamente y me he rendido, pero debido a tu maravillosa historia, quizás retome la búsqueda. Saludos

Jesús Artal Díaz dijo...

Felicidades con retraso y no solo por los dias sino por los años.
Gracias de corazón por tus palabras y por recordarme de esa forma y haber sido importante en tu vida me reconforta y me emociona.
Apenas uso el face para saber de mi familia y poco más y muchas veces pensé en contestarte a los correos, pero supongo que no lo hice por no saber muy bien qué decir después de tantos años.
Espero que todo te vaya bien, un fuerte abrazo, amigo Carrillo

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